Un helicóptero de la organización secreta "más famosa del mundo", perseguía desde el aire a un delincuente que huía en su Ferrari último modelo. El prófugo sorteaba todos los obstáculos que había en su camino: Montañas, muros y carros estacionados, al parecer adrede, en la mitad de su camino de huida.
En ese momento, cuando las balas empezaban a surcar los aires, en acción de ataque y defensa, un gran pato tenebroso aparecía en los cielos con un pico amenazante y una escalofriante mirada. Era retorcidamente tierno.
Al instante el helicóptero se convirtió en juguete y se precipitó a tierra, al igual que el Ferrari que quedó inmóvil. Las montañas y muros se transformaron en zapatos y almohadas; y el pequeño director de aquella escena se dio a la huida despavorido.
Hoy, años después, entro al cuarto de "los chécheres viejos" de mi casa y encuentro eso que se supone debe representar la época feliz de mi infancia: Ese gran pato de juguete que echó a perder muchas escenas de acción.
Sin embargo, esa "cosa" no evoca sentimientos muy agradables. En vez de transportarme a momentos de juegos y anécdotas felices, me recuerda tiempos de escalofríos y temor, aquellos que ahora me sacan una sonrisa burlona hacia tan absurdos sentimientos.
Era un extraño pato plástico de color café, suave y blando al tacto, con una mirada profunda y muy real, poco amigable podría decir aún hoy. Tenía un gorrito de bebé que agudizaba mucho más su mirada, por la sombra que proyectaba sobre sus ojos. Sentía que me acusaba de algo.
Recuerdo la tarde cuando tenía 5 años, cuando me lo regalaron con la mejor de las intenciones. Nunca le hice aprecio a tan "bonito juguete".
Así terminó esa cosa montada en una repisa de mi cuarto junto a una decena de juguetes más que ya no usaba. Desde allí sentía que aquel animal podía observar con muy buena perspectiva todos mis movimientos; y cuando me sentaba valientemente en el piso de mi cuarto a jugar a las persecuciones, no me atrevía siquiera a alzar la mirada por temor a que aquel animal se moviera, parpadeara o peor aún, graznara.
Todavía hoy, no recuerdo porqué nunca le dije a nadie el temor que le tenía a ese juguete escalofriante.
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JAHIR CURREA LOZANO
Comunicador social, egresado de la Universidad de Cartagena, Colombia. Amante de las letras y la fotografía.
Cuento lo que quiero contar, sin límite de caracteres y a todo color.
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